domingo, 12 de diciembre de 2010

Primera huida.

Saltó encima de él tumbándole en la cama y de un zarpazo le arranco la camiseta dejando sus uñas marcadas en sus pectorales. Él intento zafarse y besarla entre risas, divertido al ver a la fierecilla atacar, pero ella no se dejo.
Sacó una cinta de raso negro de entre sus bragas y le ato firmemente al cabecero de la cama, y entre besos y arañazos acabo de quitarle la ropa.
Su pelo negro alborotado enmarcaba su preciosa cara de niña dulce y en ella destacaban dos ojos de gata que le miraban fijamente diciéndolo todo sin decir nada. Le miro durante un interminable minuto y fue ahí cuando, aun en ropa interior, se abrazó al chico y cerró los ojos.

-         Ojos de Gata… mi pequeña y dulce Ojos de Gata – susurro con una risa suave y masculina - ¿Me has atado aquí para abrazarme?
-         Siempre fuiste más difícil de abrazar que de follar, pero a ti eso te da igual…

Abrió los ojos de golpe y salió de la cama con un pequeño bufido de hastio. Se puso sus tacones y rizo su pelo con los dedos, y dejándole atado a la cama salió por la ventana corriendo. Saltó de un tejado a otro mientras maullaba a la luna, miraba por los más oscuros callejones buscando otra victima más, alguien a quien robar la cartera antes de que la robaran el alma, alguien a quien poder mirar a los ojos y no sentir nada.

Llego a aquel puente donde todos los amantes escribían en candados de oro sus nombres pensando que ese acto les llevaría al amor eterno. Con un cigarro quemándola los labios, los pulmones y el corazón, se apoyo en la balaustrada y con la mirada fija en los peces del rio. Aún podía verse en sus ojos aquel: Ojos de gata, mi pequeña Ojos de Gata…
Su cuerpo la pedía sangre, sangre de todos aquellos estúpidos que se dejaban engañar por una dulce sonrisa, pero había demasiado veneno en sus ojos de gata como para ver más allá de los peces que vivían en sus lágrimas.

Las ganas de maullarle a la luna se escapaban lentamente de su corazón y las ganas de tirarse sin red a aquella cama iban aumentando a cada beso. Poco a poco, su corona de emperatriz se iba transformando en una corona de espinas que se había jurado no volver a llevar. Sabía que tenía que decidir entre dos caminos y para variar no la gustaba ninguno.

Volvió y sin cruzar palabra con él le desato, le señalo la puerta y sin despedirse se fue. Se puso sus mejores galas, su sonrisa más falsa y sus ojos más sinceros y  sabiendo que no él no volveria pidiendo perdón, que no había entendido nada y que jamás habría flores para ella, salió de nuevo.

Esa noche busco otra cama, otro aroma, pero allá donde iba solo sentía la aquella colonia mezclada con el sudor de sus cuerpos que tantas noches la había vuelto loca.
Salió vencedora de 3 peleas, con la sangre de aquellos tipos en sus uñas de cristal, pero la única sangre que de verdad buscaba era la de su mejilla arañada en un arrebato de placer.

Ella, que había sido conquistadora de mil camas, que sus bragas eran la bandera de diez mil hogares, ahora solo buscaba olvidarse de todo, pero aunque se tapara muy fuerte los oídos, aunque entrará en los bares más ruidosos de la ciudad, solo oía al viento susurrar: Ojos de Gata, mi pequeña y dulce Ojos de Gata.

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