La lluvia caía constante sobre el empedrado
gris pero eso a él no le importaba. Por
primera vez en semanas su única preocupación era llegar a tiempo a las clases.
Cerró los ojos mientras esperaba que el semáforo
se pusiera en verde, toqueteaba su reproductor de música sin dejar acabar
ninguna canción hasta que llego a “Every You
and Every Me” y no pudo evitar recordarla a ella saltando como una loca en
el concierto de Placebo. La música era pegadiza, agresiva y dolorosa, pero aun así
le hizo sonreír levemente y aunque todo entre ellos había acabado, después del último
tiempo tenía claro que podrían seguir siendo buenos amigos.
En ese momento la vio, con su gorro
blanco de lana de los que se escapaban dos tirabuzones negros que nunca había
sido capaz de controlar. No pudo evitar recordar todas las mañanas en las que
ella se desesperaba intentándose hacer una coleta durante largo tiempo, para
finalmente ponerse su gorro de lana con un bufido y jurar que la próxima vez se
cortaba el pelo a lo chico. Llevaba aquellos vaqueros rotos y su abrigo negro
largo elegante que desentonaba totalmente con la pequeña mochila gris que
llevaba a todos lados, estaba claro que la elegancia no era su fuerte pero eso
la hacía increíblemente encantadora, como una niña que juega a ser mayor.
Pasó del semáforo y fue hasta ella con un
grito de saludo sorteando una moto que pasó rozándole, ella puso los ojos en
blanco y negó pensando en que era un jodido kamikaze. Cuando llegó hasta ella
la arranco el gorro riendo y se lo volvió a poner torpemente como siempre
hacía, aunque lo intentara evitar había gestos que no conseguía borrar de su
rutina. Como siempre, ella le fulmino con la mirada mientras notaba sus rizos
caer por sus hombros
-
Vete a tomar por culo, joder – exclamo mientras
se recolocaba el gorro. Hacía frio y las orejas se la habían puesto rojitas.
-
Yo también te quiero Alex – su voz era
divertida. Se quitó los cascos y antes de apagar el aparato, ella cogió uno de
los auriculares poniéndoselo unos instantes.
-
Debería cobrarte por tantos años de educación musical
– bromeo y empezó a tararear la canción con una sonrisita traviesa.
-
Petarda. ¿Nos vamos?
La chica asintió y echaron a andar hacia
el bar de siempre mientras hablaban de trivialidades, de unos y de otros y de
todo lo que había pasado aquellos días. Nada parecía ya tan importante y aunque
sus manos no se abrazaran, se notaba en el ambiente que algo más especial que
una amistad les iba a unir toda la vida.
Entraron en la cafetería, pidieron lo de
siempre y se sentaron en la mesa de siempre junto a la ventana. Durante unos
segundos ella bebió de su té mirando la lluvia caer con la mirada perdida,
suspiro largamente y le miro.
-
¿Sigues pensando lo mismo? – Pregunto bajito con
una nota de melancolía en la voz.
-
Sabes que sí, pero esto ya lo hemos hablado
pequeña.
Asintió y suspiro de nuevo. La lluvia caía
constante aunque en silencio y pasaron unos minutos en los que solo se oía las
conversaciones intrascendentes de los de la mesa de al lado. Alex negó con
fuerza y saco una sonrisa como siempre hacía y se quitó el gorro, esta vez encargándose
de que sus rizos quedaran en su sitio y de forma curiosa sobre sus hombros
ahora vestidos con una camisa azul oscura. Él sonrió y la retiro un mechón de
la cara con cuidado.
-
Eres un jodido desastre – dijo divertido.
-
¡Ay! – se quejó avergonzada y se volvió a
recolocar el pelo – No soy un desastre, soy adorablemente despistada. Ese
comentario consiguió sacarle una suave risa que acabo en un guiño hacia la
chica.
-
Vale, vale, desastre adorablemente despistada –
dijo irónico – Entonces ¿te dejaron repetir el examen o tengo que ir a pegarme
con tus profesores?
-
Si, si – asintió – presente la denuncia que
pusimos en comisaría y el cabronazo de física tuvo que tragarse sus palabras.
Su voz era orgullosa y en parte vengativa,
lo que sonaba raro en una persona que no llegaba ni por asomo al metro sesenta
y a la que con sus 23 años aun pedían el DNI para comprar una cerveza. Él chico
negó riendo y dio otro sorbo a su café, dejándose un gracioso bigote de espuma,
y ella, por no alzarse y retirárselo con un suave beso, encendió un cigarro con
aquella torpeza tan típica en ella.
-
Aún no sé qué cojones haces en una ingeniería cuando
a ti lo que te gusta es la música.
-
Es que tengo la estúpida manía de comer, no sé
si me explico. Algunos no tenemos unos papis ricos que nos van a mantener toda
la vida y esas cosas… - Alzo una ceja divertida hacía lo que iba a decir en ese
momento – Bur-gue-si-to.
La miro realmente mal durante unos
instantes pero inmediatamente ambos echaron a reír a carcajadas entre las cuales
se colaron pequeños motes cariñosos en forma de insultos. Cualquiera que les
viera diría que eran la pareja perfecta, los dos jóvenes y guapos, el siempre
tan elegante y atractivo, ella tan destartalada y coqueta, y los dos con esa
mirada con la que se decían todo. Tres años eran muchos días y muchas
oportunidades de aprender a entenderse el uno al otro, de memorizar cada poro
de la piel del otro y de interpretar cada reacción a una palabra o una
situación, por eso sabían perfectamente cuando un “vete a la mierda”
significaba te quiero y cuando significaba te odio.
Siguieron hablando de los estudios de
ella y del trabajo de él, nada que fuera importante, nada con doble lectura.
Solos ellos dos hablando de trivialidades y riéndose de tonterías. Con el paso
de las horas el café y el té dieron paso a dos cervezas con sus
correspondientes chupitos, hasta que los ojos de ambos estuvieron vidriosos y
ni siquiera tenían claro de que se estaban riendo. La chica apoyó los codos en
la mesa y la cabeza en las manos y le miro melosa.
-
Daaaaaniiiii…. – le llamo alargando las vocales
y pestañeo coqueta. El chico suspiro largamente y estiro la mano
-
¿Qué te compro? – dijo resignado. Demasiado tiempo
con ella como para no saber lo que le
iba a pedir. Ella se rio contenta y saco un par de monedas de la cartera poniéndolas
en su mano.
-
Pipas porfi, porfi,poooorfi – sonrió contenta
como si la hubiera tocado la lotería.
Pese a pensar que tenía una cara que no
podía con ella, se levantó y se puso el abrigo gris para salir fuera bajo la
lluvia, cruzar tres calles y hacer 10 minutos de cola en un quiosco sin soportal,
y todo para poder comprarla unas pipas que la durarían menos de 20 minutos.
Pero pese a todo eso, salió con una sonrisa hacía el lugar.
En cuanto le perdió de vista la cara de
la chica cambio de expresión totalmente. Sus ojos se volvieron tristes y melancólicos
y su mente recorrió una opción tras otra, pensando que la quedaba por hacer,
que más podía mostrarle y porque no conseguía cambiar aquella puta situación
que la estaba destrozando el alma. Aguanto las lágrimas con fuerza.
Y entonces todo cambio. De pronto las
sillas volaron por los aires, y su pequeño cuerpo salió disparado en la dirección
contraria, todo se volvió escombros, sangre y gritos. Boqueo al caer al suelo y
notar como los escombros caían sobre ella, respirar se convirtió en un esfuerzo
demasiado doloroso y sus pulmones ardían por dentro. No podía ser cierto, no
así.
-
¡ALEX!
Por un momento creyó que la voz era un
sueño del más allá. Intento mantener los ojos abiertos pero se la caían, y
hacía tanto frio…
El chico corrió entre la gente, sorteando
a todo aquel que intentaba impedir que accediera al lugar de la explosión, pero
él no era capaz de oír nada que no fueran sus propios latidos resonando en su
sien, y solo la veía a ella, tirada en el suelo con la cara llena de sangre y
heridas. Se agacho ante ella y cogió su rostro entre las manos con la sensación
de que todo aquello había sido por él, que ella estaba muriendo por él y que jamás
debió relajarse, que debieron seguir persiguiendo a aquellos locos que habían
intentado matarle en las últimas semanas. Pese a sentir como su vida se
escapaba entre los dedos ella sonrió dulcemente al chico y cerró los ojos ante
sus caricias.
-
Alex…Alex….- la llamo intentando contener las lágrimas
que acabaron bañando sus mejillas.
-
Dime petardo – su voz era apenas un murmullo y
la costaba horrores respirar, pero ver como lloraba por ella la hizo ver que él
jamás había dejado de amarla, que todo había merecido la pena. Cerró los ojos
de nuevo muy cansada pero feliz
-
No me hagas esto, despierta – suplico. No podía
dejarla ir, no a ella y no por su culpa. Aunque no siguiera enamorado de ella,
habían sido demasiados años de risas y llantos como para soportar verla morir
entre sus brazos.
-
Tengo sueño Dani, quiero soñar contigo, soñar
que despierto de nuevo entre tus brazos y que me retiras el pelo de la cara.
-
No, no puedes hacerme esto.
Pero ya no tenía fuerza para abrir los
ojos y se dejó ir lentamente, sintiéndose inmensamente feliz al saber que jamás
la olvidaría. Recordó aquellas palabras que se había jurado hacía semanas
frente al espejo, si no podía vivir para él, entonces moriría por él.
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