martes, 31 de julio de 2012

Primer encuentro.

Releyó la nota un par de veces y disimuladamente la guardo en el bolsillo trasero de sus pantalones. Escudriñó la sala en busca del autor de la misma pero el humo la impedía ver dos metros más allá de sus preciosas narices. ¿Quién la llamaba princesa? Y sobre todo, ¿Quién sabía de sus actos revolucionarios? Si no averiguaba pronto el autor de esa carta podría estar en serios problemas. Empezó a tamborilear el suelo con sus tacones mientras sus ojos buscaban incesantes unos ojos curiosos.
Tal era su concentración en la búsqueda, que antes de que pudiera darse cuenta, un  hombre la agarraba de la cintura pegándola contra su pecho sudoroso y mirándola con lascivia.
-          Una preciosidad como tú no debería estar aquí sola, puede ser peligroso.
Las palabras salían arrastrándose por su boca de una manera lánguida y amenazante, por su sonrisa podían adivinarse todas sus intenciones y ninguna de ellas parecía honesta. Cenicienta intento soltarse sin montar escándalo, pero el hombre que era casi un metro más alto que nuestra pequeña princesa, la agarró con más fuerza aún, haciendo que su aliento inundado de ginebra callera sobre su blanca piel. La chica le miró y sopesó sus opciones: la primera de ellas consistía en aprovechar su posición para reventarle las pelotas de una buena patadas y, una vez en el suelo, atravesarle los ojos con el tacón de sus zapatos; para la segunda, más directa, tendría que conseguir sacar el puñal de la parte posterior de sus vaqueros y clavárselo en esa tripa grasienta que asomaba por fuera de los pantalones; y la tercera y última, engañarle, llevarle a la cama y arrancarle la polla de un mordisco para luego robarle todo lo que hubiera en su casa.
Cuando su mano estaba ya buscando en la parte trasera de sus pantalones el arma elegida, noto una suave mano que la cogió los dedos y una voz grave y segura murmuró:
-          La señorita ya tiene compañía.
Antes de que nadie pudiera poner objeciones, ni siquiera ella misma, la mano tiro de ella hasta la pista de baile. Miró al hombre directamente a los ojos con mala cara.
-          No sé quien coño te crees que eres para hacer lo que acabas de hacer.
Una sonrisa perfecta le devolvió la mirada, una sonrisa de esas mezcla de diversión, sensualidad y picardía, una de esas por las que todo un bar gira la mirada y que todas las mujeres desean que las dediquen.
-          Estabas en problemas, creo que deberías darme las gracias. - Su voz seguía siendo apenas un susurro, pero era ya no era tan firme sino que se notaba que en el fondo todo aquello le resultaba divertido. – No te enfades princesa y baila conmigo.
No pudo evitarlo, él la llevaba por la pista de baile inevitablemente, sus pies respondían solos a aquel vals que bailaban en medio de una sala llena de borrachos y chicas de mal vivir. Al fondo Campanilla cantaba una canción sobre el sexo adolescente y ella se empezaba a preguntar quién era aquel hombre que pretendía haberla salvado.
-          Mira chaval, no sé quién eres – dijo en el tono más borde que fue capaz de poner – Pero tú no sabes quién soy yo y te aseguro que no necesito ningún niñato con complejo de príncipe azul para que me salve.
-          ¿Ah no? – Sonrió de lado y saben los dioses que eso le hizo más sexy aún, pero no dejó que la impresionara, estaba demasiado cabreada como para dejarse impresionar -  Sé muy bien quién eres Cenicienta – susurró en su oído acercándose a ella – Eres por la que todos están bebiendo esta noche, eres la asesina del príncipe, la liberadora del pueblo.
Cuando acabo la frase, el puñal de ella reposaba justo debajo de su cinturón. Él lo notó, pero no cesó en su baile y siguió girando con ella a ritmo de vals. Parecía que no le importase estar a punto de morir, era como si tuviera la certeza de que ella jamás le haría daño.
-          No sé como sabes eso – Dijo Inés en su oído, para lo que tuvo que ponerse de puntillas y clavar ligeramente el puñal en su piel. Su voz era amenazante y realmente cualquiera se hubiera asustado al oírla. – No lo sé y no me importa una mierda, pero te mataré antes de que le cuentes nada de eso a nadie. Espero que te haya quedado claro, principito.
Al acabar la frase, le miró a los ojos y clavaron sus miradas el uno en el otro. Se fijó entonces en esos ojos oscuros y afilados que brillaban de interés, unos ojos tan profundos que podría haberse perdido en ellos durante años y jamás la hubieran encontrado. El aguantó la mirada sin pizca de miedo pero con infinita curiosidad, rebuscó en aquellos ojos del color de la miel cual podrían ser sus verdaderas intenciones y hasta donde podría llevarla, y decidió con determinación apartar suavemente el cuchillo de su piel y posar la mano de ella en su cuello para seguir bailando. Le miró incrédula, preguntándose que estaba haciendo aquel tio y que pretendía con todo ello.
-          Relájate, así de tensa vas a acabar equivocándote en el ritmo. – Su voz era tranquila, demasiado tranquila. – Es más, hace unas horas bailabas mucho mejor.
Y fue hasta ahí donde ella aguanto. Paró en seco la danza y le miró fría.
-          Vamos fuera. Ya.
Se soltó de él con determinación y se dirigió a la salida con paso firme. La gente la miraba al pasar y se apartaba instintivamente al notar la ira que la envolvía y que podía desencadenarse contra el primero que diera un paso en falso con ella. Una vez fuera se dirigió hacia un callejón y se apoyo en la pared sin mirar atrás, sin saber si la había seguido o había preferido correr en la dirección contraria. Se encendió un cigarro con los ojos cerrados y tras la primera calada notó como alguien se lo quitaba de los labios. Abrió los ojos y ahí estaba él mirándola seriamente.
-          Esto es mierda pura.
Dijo serio y lo tiró al suelo con rabia. Era la primera vez desde hacía muchos años que alguien se atrevía a decirla lo que tenía o no que hacer y no pensaba permitirlo. Se encendió otro y se ocupó de que el humo saliera directamente desde sus pulmones hacia la mirada incrédula de él. Sonrió al notar que no estaba acostumbrado a que le desafiaran así.
-          Y bien, ¿por qué querías salir? – Por algún extraño motivo, no podía dejar de mirar los labios de la chica consumir el cigarro lentamente y su voz ya no era tan amable como antes, de hecho parecía que su tono había subido ligeramente.
-          Porque tú me vas a explicar ahora mismo quién eres y qué sabes de mí.
-          Sé que te llaman Cenicienta por tu antigua adicción a la cocaína, que siempre llevas unos tacones de cristal aunque aborrezcas los lujos, y que hace unas horas encandilaste al príncipe solo para darte el placer que clavarle un puñal en el corazón. Sé que toda la guardia real te persigue y que si supieran quien eres no volverías a ver la luz del sol – Aquella sonrisa volvió a asomarse a sus labios, tímida esta vez pero con un aire de prepotencia que hizo que ella deseará rompérsela en dos para siempre - ¿Quién soy yo? Princesa, esa es una pregunta cuya respuesta ni siquiera yo tengo clara. Supongo que solo soy un idiota más con complejo de príncipe azul ¿no? – repitió sus palabras y la miro intensamente.
Reflexionó sobre todo lo que acababa de oír y le miró a los ojos con expresión seria.
-          Si tuvieras intención de delatarme ya lo habrías hecho, así que la pregunta es por qué aún no me has delatado.
La verdad es que la curiosidad y empezaba a tentarla y es que aquel hombre era demasiado intrigante como para permanecer indiferente hacia su encanto natural. La colocó un mechón de pelo muy despacio, acercándose a ella con calma, tomándose su tiempo para observar cada una de sus facciones con detalle, memorizando las pequeñas arrugas que se formaban en su ceño fruncido, y  finalmente acercó sus labios a los de para tan solo susurrar:
-          Aún es demasiado pronto para desvelarte todo de mi, pequeña princesa.
En un último gesto, retiró el cigarrillo de sus dedos y lo tiró al suelo. Se escondió tras una capucha verde oscura y se interno en la oscuridad entre la niebla. Ella le estaba mirando fijamente marcharse mientras intentaba recolocar todo lo que se había sucedido esa noche, cuando él se giró y la miro fijamente. En la oscuridad solo se veían el brillo de sus ojos y el reflejo de aquella sonrisa.
-          Volveremos a vernos pronto. Intenta no ponerte en peligro innecesariamente.
A los pocos segundos había desaparecido y de él solo quedaba el aroma que le envolvía y del que Cenicienta acababa de ser consciente. Echó a andar hacía casa preguntándose hasta que punto podía confiar en aquel hombre, pero al fin y al cabo, no la quedaba otro remedio y estaba demasiado cansada para ir a pedir ayuda a su hada madrina.
Al llegar a casa se encontró con aquel hombre, con su pareja, tirado en el sillón con la baba colgando por un lado de la cara, y aunque no olvidaba lo que había ocurrido, no pudo resistir limpiarle suavemente y taparle con una manta para que no enfermase. Retiró las botellas y limpió en silencio el salón para evitar que se cortara con los cristales de los vasos que se habían roto en el proceso de su borrachera. Ni siquiera se molestó en buscar su preciado Werther, sabía que la creación de Goethe ya estaba flotando por encima de los tejados de la ciudad y se consoló pensando que la ciudad estaba ahora más llena de romance que días atrás.

Se fue a la cama sola y se abrazó a la almohada mientras intentaba dormir pero cada vez que cerraba los ojos aquella sonrisa surgía entre sus pensamientos más oscuros, tentándola aunque no sabía a qué. Cuando por fin consiguió quedarse dormida, soñó con una mano tendida, música de vals y aquellas palabras resonando en su mente “volveremos a vernos”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario