jueves, 6 de junio de 2013

La imposibilidad del fenómeno.

Como cada mañana, Diane se miró en el espejo una vez más antes de salir de casa. Sus ojos azules como el hielo de la mañana se suavizaban gracias a un tirabuzón rebelde que se escapaba de aquel moño tan recto como ella. Un maquillaje suave iluminaba su rostro sin eliminar su gesto duro, el cual solo conseguía borrar la dulce sonrisa de su pequeña Lilian. Aquella niña de ojos verdes mariposa parecía una cruel broma del destino que se empeñaba en recordarla un pasado que ya no sabía sí fue o no real.
Fue hacia la cocina con pasos cortos y decididos, dominando toda la casa tan solo con el sonido de sus tacones. Le dio un corto beso a James tal y como marcaban los cánones de la buena esposa. Cogió su almuerzo perfecto para ejecutivas perfectas y revisó que la pequeña llevara lo que correspondía. James, su perfecto y rubio marido, la acerco el zumo de frutas de la pequeña y ella, sin poder evitarlo, rechazó cualquier roce de aquellas manos frías y duras, delgadas como ramas de rosales y sin ninguna espina que la hiciera estremecerse.
Cuando abrió la puerta, una pequeña niña pelirroja bajó las escaleras con un osito de peluche entre las manos. La miró medio dormida y frotándose esos ojitos verdes que brillaban desde primera hora de la mañana.


- Mami, mami.

Su voz era dulce y suave pero llena de vida y, como los primeros rayos del amanecer se cuelan en las ventanas más tristes, así se coló su inocencia en el corazón de la mujer. Diane sonrió sin poder evitarlo y se agachó para abrazar a su pequeña niña contra el pecho, arropándose en ella.


- Dime pequeña.

La niña sonrió un poco al tiempo que se retiraba un tirabuzón rebelde de los ojos.


- Vendrás prontito ¿verdad? Y jugaras conmigo y con papi ¿a que sí?

- Bueno, lo intentaré. Y te traeré un osito nuevo, uno que no esté roto y viejo.

La niña se agarró con más fuerza a su osito y negó con la cabeza pero su madre no lo vio, o no quiso verlo, y se levantó tras darla un beso en el pelo. En esa casa no había hueco para imperfecciones, para sentimentalismos, cuanto antes lo aprendiera la pequeña menos tiempo sufriría, debían ser prácticos.
Miró el reloj y se puso las gafas de sol, rápidamente montó en su caballo de dos ruedas y arrancó el motor haciéndolo rugir, anunciando al mundo que la pantera había salido otra mañana más para devorar sin piedad a todo aquel que se interpusiera en su camino.
Aparcó frente al edificio de cristal que se alzaba orgulloso sobre aquella ciudad gris, el sol se reflejaba en las cristaleras lanzando pequeños destellos que intentaban sin éxito, llenar de sueños a los habitantes dormidos que forzaban sus piernas para llegar a tiempo a sus sillas de madera y espuma de donde no se levantarían hasta que llegara la hora de correr nuevamente. Al entrar en el edificio sus tacones anunciaron su llegada, sus ojos altivos no se fijaron en ninguna de aquellas secretarias que corría a ella con cafés e informes y tan solo se detenía para echar un vistazo a los papeles y dar las órdenes oportunas, claras y concisas. Su voz era firme y dejaba claro que no permitiría que algo no se hiciera a su manera. Los errores no entraban dentro de sus posibilidades.
Al entrar en su despacho respiró aliviada, odiaba tener que dar órdenes a toda aquella panda de inútiles en los que el miedo había sustituido cualquier tipo de iniciativa. Dejó los papeles sobre la mesa y se sentó frente al ordenador dispuesta a dejar cerrado el contrato con esa nueva promesa de la poesía erótica, tan solo tenía que enviar un par de correos y todo estaría cerrado. Sonrió satisfecha de ver que el trabajo de tantísimos meses por fin empezaba a dar sus frutos, pero fue entonces cuando lo recordó y tuvo que reprimir las ganas de volver a encenderse un cigarro. Tenía que ser justo ese día cuando entrevistara a su supuesto nuevo ayudante, tenía que ser justo ese día cuando tenía que perder una hora en hablar con un niñato ilusionado que intentaría aprovecharse de su situación para que ella le publicará su intento de novela de vampiros, zombies o cualquier nuevo monstruito de moda, como si ella no tuviera suficiente trabajo que hacer y la sobrara el tiempo para perderlo en esas tonterías.
Dejó lo que estaba haciendo para más adelante y leyó por encima el currículo. Sonrió sutilmente al ver que no tenía foto, eso solo podía significar un chico extremadamente atractivo o con un gran problema de acné. Pequeños trabajos en bares, orquestas, compañías teatrales, algún artículo en revistas digitales… pero ningún trabajo le había durado más de dos meses. Pese a eso todas sus referencias eran bastante buenas
y confiaba ampliamente en el criterio de su anterior ayudante y por eso le había dado una oportunidad. Al fin y al cabo para poner cafés cualquiera podía valer, solo había que ser discreto y saber tener la boca cerrada.
Cuando la puerta se abrió, ni siquiera levanto la mirada del folio, tan solo hizo un gesto con la mano indicándole al chico que entrase. Un hombre joven de unos treinta cinco años se asomó al despacho, sus ojos verdes escudriñaban curiosos la sobria decoración de la sala bajo algunos mechones rebeldes y desenfadados que le hacían parecer más joven de lo que en realidad era. Sus labios se curvaron en una débil sonrisa que no ocultaba su expectación.


- Siéntese.

Murmuró Diane justo antes de levantar la mirada y darse cuenta de quién era el hombre que se mostraba ante ella. Sus mejillas se encendieron de golpe como hacía mucho que no ocurría y rápidamente bajó la mirada de nuevo al currículo del chico. Fue entonces cuando vio su nombre por primera vez. Repasó cada detalle, cada pequeño dato que en un primer momento la había parecido insignificante ahora cobraba sentido como si de un puzle de mil piezas se tratara.
Él se sentó despacio, dejándola su tiempo para asimilarlo. Temía su reacción con toda su alma, había pasado días sin dormir pensando en cómo sería el encuentro, en cómo reaccionaría ella, en que ocurriría después, pero sobre todo, preguntándose si sus ojos azules seguirían siendo un océano de secretos por descubrir.


- Víctor…

Su voz era apenas un susurro cuando volvió a mirarle. Esta vez sus ojos azules se clavaron en los verdes de su antiguo compañero, el cruce de miradas fue tan intenso que en cualquier momento podrían haber explotado todas las bombillas del edificio y el ambiente se cargó de una tensión que se colaba en cada poro de la piel atravesándola como si fuera una curiosa colección de agujas ardientes.
Aguantó la mirada tranquilo, casi podría decirse que indulgente, como quien mira a una niña pequeña que lleva mucho tiempo perdida.


- Si supieras lo muchísimo que me ha costado encontrarte, jamas pensé que alguien como tu acabaría en un despacho gris, ocultándose tras la pantalla de un ordenador.


Las uñas de ella se clavaron ligeramente en la madera del escritorio, controlándose para no gritar, para no echarse a llorar desconsolada, para evitar lanzarse a sus brazos y besarle; controlándose porque si no lo hacía acabaría cruzándole la cara por cada lagrima derramada en aquellos largos 9 años. Respiró hondo de una forma imperceptible y sus ojos, que hacía años habían gritado los más bellos y trágicos sentimientos, ahora callaban, mostrando un alma impenetrable y un corazón que ya no se sabía si era puro hielo o cristal.


- ¿Por qué has venido?

Ocultó diez mil sentimientos tras una voz fría e imperturbable. Los labios del chico se curvaron en la más sutil de las sonrisas.


- Por el trabajo ¿no es para eso la entrevista?

Diane decidió que lo mejor que podía hacer era ignorar el tono irónico de su voz. No iba a caer en su juego, no se permitiría entrar en aquella provocación. Recolocó los folios y volvió a mirar el currículo haciendo una mueca de desaprobación.


- Bien. Según esto jamás llegaste a acabar clásicas, dejaste el conservatorio, no has durado más de seis meses en ningún trabajo… ¿Por qué?

Enumeraba todo aquello como si fuese nuevo para ella, pero ambos sabían que en cada una de esas decisiones habían estado juntos, que ella también dejo los estudios, que en algún momento perdido en el tiempo a ambos les había unido aquel inconformismo, aquellas ganas de volar.
Por un momento, Víctor se planteó no contestarla. Sabía que aquella conversación era estúpida y que ella ya sabía todas las respuestas a esas preguntas, pero entonces se dio cuenta de que quizás era eso lo que ella necesitaba ahora, un tiempo para pensar, para recordar, recordarle, recordarse.


- No creo en la educación tradicional. Prefiero experimentar, ver las cosas por mí mismo, aprender y aprehender la realidad, no lo que viene en manuales. Encerrado en un aula no se puede soñar y mucho menos cumplir los sueños.

Repitió exactamente las palabras que ambos dijeron a sus padres hace casi 10 años, con la misma voz firme que habían utilizado y el mismo brillo en los ojos al hablar de los sueños.


- También puede significar que usted no es capaz de comprometerse con nada ni nadie. Este trabajo exige compromiso, fidelidad y lealtad. ¿Por qué diría que es usted el más adecuado para el puesto?


Desde fuera podía parecer una entrevista más pero tras cada palabra había un significado. Sin quererlo ni ser consciente con cada palabra le hacía un pequeño reproche y él se estaba dando cuenta perfectamente. Compromiso, lealtad, fidelidad… todos aquellos conceptos no le eran ajenos y sabía de la importancia que siempre les había dado. ¿Acaso le estaba echando en cara que se hubiera ido sin tan siquiera despedirse? ¿Sería capaz de perdonarle aquello cuando supiera la verdad?
Por primera vez en mucho tiempo, Víctor empezaba a ser consciente de todo el daño que la había hecho al marcharse. La herida de su corazón era tan profunda que nunca había llegado a cicatrizar del todo y al cruzarse con aquella mirada, aquella mirada que aun llenaba sus sueños las noches de lluvia, la sangre había vuelto a brotar lenta y dolorosamente.
Empezó a preocuparse de que todo ese dolor la hubiese cambiado, de que ya no quedara nada de aquella dulce chica y su calidez, de que su corazón se hubiera congelado para siempre.


- Diane, déjate de indirectas por favor. Tú no eres así de fría, nunca lo has sido.

Aquella frase fue más de lo que ella pudo soportar. Se levantó de golpe apoyándose en la mesa y mirándole fijamente a los ojos, dejando reflejar en ellos toda la rabia y la tristeza que había ocultado durante aquel tiempo.


- Tú… tú no me conoces, no sabes nada de mí. No te consiento que hables de mí como si todavía fuese tuya. ¿Te ha quedado lo suficientemente claro?

El esfuerzo que hizo para no gritar fue casi sobrehumano. Sus uñas ya estaban marcadas en la mesa y su manicura se había estropeado ligeramente. Respiró agitadamente manteniendo la mirada, escudriñando sus ojos verdes, buscando un signo de respeto o incluso de miedo ante sus palabras. Tan solo le quería lejos, muy lejos, pero a la vez le necesitaba pegado a su piel, curándola las heridas, susurrándola al oído miles de sueños imposibles.
Víctor buscó en sus ojos azules a aquella niña que tanto había amado y que nunca dejó de amar, y entre toda esa rabia y dolor, tras aquel muro que poco a poco se iba derrumbando y arrasando todo a su paso, allí estaba acurrucado el pequeño gran amor de su vida. Su sonrisa se amplió y entre sus manos tomó las de Diane, acariciando suavemente sus dedos mientras notaba como el corazón de la que había sido su compañera se paraba de golpe para luego volver a latir con más fuerza y rapidez.
Fue ella la que rompió el contacto visual. Dirigió la mirada hacia las manos unidas de ambos, preguntándose porque con él sentía más de mil veces lo que hubiera llegado a imaginar sentir con su marido . Las manos de Víctor eran fuertes y firmes, con dedos grandes y cálidos que transmitían las caricias más tiernas del mundo, mientras que las de James eran pequeñas y estiradas, frías y de dedos alargados.


- No puedes hacerme esto. - Susurró la mujer con un hilo de voz. Ya no se atrevía a mirarle a los ojos, no después de aquel contacto que ya casi había aprendido a olvidar. – No es justo.


- Claro que no lo es. – Respondió él en el mismo tono bajo e íntimo. – Entendería que no quisieras verme más, que me echaras del despacho a patadas. Sé que ha pasado mucho tiempo pero necesito contarte la verdad, necesito que sepas por que no acudí al parque aquel día, por que nunca volví a llamarte.

Ella asintió y se sentó de nuevo. Sus manos seguían en las de él y no creía que tuviera fuerza suficiente como para soltarse y no huir. Víctor la miró y empezó su historia.


- Aquel día no era un día cualquiera ¿recuerdas? – Ella le miró a los ojos y asintió, aquel día iban a celebrar que le habían contratado en la orquesta de un pequeño teatro – Tenía muchas ganas de verte, no solo por lo de aquel trabajo, sino porque tenía algo muy importante que preguntarte. Llevaba tiempo pensando que con aquel pequeño trabajo y lo que tu ganabas por los relatos que vendías al periódico, bueno, pues que nosotros, ya sabes, podríamos irnos a vivir juntos. – respiro hondo y bajo la mirada – Aquella misma mañana había pagado el primer mes de una pequeña buhardilla con vistas a un pequeño parque, justo como la que soñábamos en voz alta, y me moría de ganas por darte las llaves.

La cara de Diane en aquel momento lo decía todo. Se resistía a creer que todo aquello fuera verdad, que hubiera estado tan cerca de la felicidad y no hubiese llegado a tocarla.


- Pero nunca llegaste – murmuró confusa, sus ojos exigían una explicación.


- Lo sé pequeña, lo sé. – suspiro y acarició sus manos con suavidad – Cogí la moto con prisa y ya sabes cómo son las calles de esa ciudad. Cuando quise ver el coche ya estaba encima de mí. Desperté días después en el hospital y créeme que te hubiera avisado pero no recordaba ni mi propio nombre. Pase meses sabiendo que algo faltaba en mi vida, que entre todas las cosas que no recordaba había una más importante que las demás, pero ya sabes que mis padres nunca aprobaron lo nuestro así que nunca me hablaron de ti.
Durante años estuve buscando eso que me faltaba y a cada beso que daba a una mujer sentía que esa no era la forma correcta de besar, que eso no era el amor, y poco a poco acabe en una espiral de desamparo y desesperación, de búsqueda de un imposible. Hasta que ordenando unos papeles encontré una foto de los dos en nuestro árbol, sonriendo como siempre, y todos los recuerdos acudieron a mí de golpe. Desde aquel momento he estado buscándote desesperadamente, he estado amándote desde la distancia y el recuerdo, hasta ahora.

El silencio lleno la habitación durante unos instantes. De pronto su realidad había dado un vuelco, todo lo que había estado siempre arriba ahora estaba abajo y viceversa.


- Yo te llame. Te llame pero me dijeron que no vivías allí, que te habías ido lejos, que no ibas a volver. - Susurró ella mirándole a los ojos - Entonces no me abandonaste realmente.
Por fin ella lo estaba entendiendo. Víctor negó con la cabeza despacio y tragó saliva. Ahora que ella conocía la verdad, no sabía que iba a pasar, si podría perdonar su ausencia, si volvería a amarle, si se fugarían juntos, o si simplemente todo seguiría como hasta ahora.

Bajó la cabeza para mirar sus manos y entonces ella pudo ver una cicatriz que se entreveía en su melena morena.


- Sé que es difícil Di.

Di… Hacía muchos años que nadie la llamaba Di, exactamente 9 años. 9 años en los que él no la había encontrado. Decía llevar mucho buscándola, pero ella había estado años llorando y aquel dolor era demasiado intenso como para olvidarlo de golpe.
Se levantó y caminó hacia la ventana. Sus tacones, que antes habían sonado altivos y firmes, ahora sonaban tristes y melancólicos, arrastraban su tristeza y su indecisión. La miro alejándose, observo su forma de caminar, esas piernas que tantas veces habían recorrido sus manos, el corte de aquella falda tan recto y a su vez erótico. Para él, ella solo llevaba un bonito disfraz de ejecutiva, se resistía a creer que hubiese cambiado tanto, que hubiera renunciado a sus vaqueros rotos, a las camisetas de nirvana y a las chaquetas de cuero tan solo por un puesto de trabajo.
Apoyo su mano en el cristal y miro la ciudad que parecía ahora más gris y triste de lo que nunca había estado. Al cerrar los ojos pasaron por su mente todos los momentos que había pasado con él y, desgraciadamente, no recordaba ninguno malo. Desde el primer momento en que le vio allí, sentado en aquel banco con una pequeña armónica, tocando aquella triste canción, supo que era el amor de su vida y que quería vivirlo todo a su lado. El primer beso bajo aquel sauce llorón, borrachos de alcohol y euforia tras el concierto de The Cure, tan solo lo había confirmado.
Los siguientes dos años habían sido una consecución de momentos perfectos, de sueños e ilusiones. Se habían jurado amor eterno tantas veces que empezaban a temer que se desgastaran las palabras. Todo lo que habían hecho había sido por ellos, habían vivido el uno para el otro, habían planeado su futuro en virtud de sus sueños y pasiones. Dejar la carrera, los cursos de narrativa, los concursos literarios… todo había sido
gracias a él. Él era el único que la había animado a seguir sus sueños, casi la había obligado a ello.
Pero todo eso se acabó cuando se fue. Los sueños se volatilizaron en el humo de los cigarrillos que sustituyeron sus labios, las ganas de vivir desaparecieron tras todas las palabras de amor que nunca oyó y, por mucho que lo intento, nunca volvió a sonreír con el corazón. Todo cambio desde aquel día que no apareció y por mucho que ahora supiera la verdad, por mucho que sus corazones siguieran latiendo a la vez… Diane no tenía claro que eso fuera suficiente.
La había costado mucho esfuerzo seguir con su vida, conseguir todo lo que tenía ahora, el trabajo, la familia, su pequeña Lilian… y aunque dejar todo y fugarse con él era lo único que deseaba en ese momento, sería muy injusto. James había estado ahí siempre desde que le había conocido, había aguantado sus malas épocas y había hecho todo lo que se suponía que un buen marido debía hacer; el hecho de que ella no le amara no le era suficiente motivo para abandonarle y romperle el corazón. No se merecía pasar por lo mismo que ella. Ya no tenía sentido buscar culpables y era muy difícil encontrar una solución. El tiempo había pasado y ya no podían jugar a ser unos críos enamorados, ahora tenía responsabilidades, una vida, una familia que dependía de ella, y por mucho que les doliera, aquello era la vida real y no una novela amorosa.
Víctor cogió entre sus manos la foto que ella tenía en la mesa y miro la niña, sonrió ligeramente al fijarse en esos ojos verdes y en la sonrisa que lucía Diane en la foto, parecía feliz en ese instante, pero entonces empezó a entender muchas cosas. Su vida había cambiado y aunque él no tuviera la culpa, no podía irrumpir en su vida y eliminar 9 años de un plumazo. Se acercó a ella y la abrazó de la cintura suavemente, se apoyó en su hombro y besó su cuello despacio, apenas rozando su piel con los labios. Una lagrima cayó de los ojos de Diane que llevaban años sin llorar ni expresar ningún tipo de emoción.


- Ven conmigo, solo así seremos felices – susurro bajito en una súplica.

Ella sabía que eso era cierto, que solo con él podría ser feliz. Acarició sus manos despacio y por un momento se dejó llevar por su imaginación. Soñó con salir corriendo de allí, lanzar lejos los tacones y soltarse el pelo. Soñó con volar hacía un nuevo país, con dedicarse a escribir en vez de a leer, dedicarse a vivir en vez de observar como los demás vivían. Pensó en aquella buhardilla en la que nunca llegaron a vivir, en las
noches de pasión que nunca tuvieron y en los besos que habían perdido durante todos estos años. Y por último, imaginó lo maravilloso que sería volver a ser feliz y sonrió entre las lágrimas que caían incesantes y silenciosas por su rostro.
Se giró entre sus brazos y por primera vez en mucho tiempo besó con el corazón. Sus labios se fundieron en un reencuentro dulce y apasionado, reuniendo en aquel beso todos los que no habían podido darse, jurándose amor eterno con cada roce, deseando que aquel momento no acabase nunca.
Se separaron despacio sin atreverse a mirarse. En ese momento entendieron que aquel había sido su último beso. Despacio volvieron a la mesa y se miraron a los ojos. Víctor miró los ojos de Diane de un azul tan intenso que parecía que pequeños peces habitaban aquellas lágrimas. Diane miró los ojos verdes de Víctor y se juró que jamás olvidaría aquella mirada y lo que la había hecho sentir.


- Bien, entonces le llamaremos comunicándole nuestra decisión.

Intentó que sus palabras fueran firmes, pero a cada silaba su voz se iba rompiendo en mil pedazos, justo igual que su corazón. Él asintió sintiendo como el mundo se derrumbaba justo encima de ellos, justo encima de aquel despacho gris.
Se dieron la mano una vez más, dejando que la magia recorriera sus dedos y llenara su corazón por última vez. Al separarse Diane cerró los ojos y cuando los abrió tan solo quedaba el recuerdo de un amor perdido y el sonido de la puerta al cerrarse inundando la habitación.



Cuando esa tarde salió de trabajar y montó en su pequeño caballo negro, se soltó el pelo, dejando que su melena rubia se desordenara contra el viento. Aceleró todo lo que pudo y se dirigió al horizonte prometiéndose a sí misma que volvería a escribir, a vivir y a soñar.

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