viernes, 22 de junio de 2012

La belleza de la libertad.

El mundo era un lugar cruel, los príncipes ya no besaban por temor a convertirse en sapos y las princesas se encandilaban ante la grandilocuencia de los anillos, pero a Odette eso no la importaba. Ella había sido la más bella princesa de todas, la más ingenua, y en esa inocencia encantadora esperaba que Derek la rescatara de aquel malvado mago que había llenado su cabeza de palabras con sabor a placer y dulce pecado.
Aquel mago había aparecido una noche en el castillo y colándose en su cama la había convencido de que no podría complacer sin ser complacida. Odette que no sabía lo que era la vida le pidió alas para irse con él, y el mago dispuesto a complacer la convirtió en el más hermoso ser que se habría visto: un gran cisne blanco con ojos de diamante. Se la había llevado lejos, muy lejos, a un castillo lleno de hombres y mujeres que no creían en más ropa que la piel del compañero. Allí la habían descubierto el placer, la dulzura, los orgasmos, pero ella que había sido educada con cuentos de hadas, seguía esperando el amor como el que espera que salga la luna en un charco.
Esperó y esperó durante días, semanas y meses, hasta que una fatídica noche en la que nadaba en el lago, Derek apareció montando un hermoso caballo blanco, con una larga melena castaña al viento y la mirada llena de decisión. Al verla se escandalizó ¿cómo iba el a casarse con un animal por muy bello que fuese? Aquello debía ser obra del rey de aquel castillo, de aquel que rezaban las mujeres cuando se veian a escondidas con sus amantes pasajeros. Tenía que matarle, liberar a su princesa y llevarla de nuevo a su castillo para que nunca más saliera de allí.
Se dirigió al palacio y no tardo en escandalizarse, en cada habitación, en cada pasillo, encontraba grupos de manos y piernas entrelazados sin complejo y lo único que podía oír eran los gemidos de placer que salían de aquellas bocas. Nadie parecía incomodo por su presencia, al contrario, muchos buscaban su contacto, acariciaban su pelo de forma libidinosa y le ofrecían unirse a ellos. “Están hechizados” se repetía incesantemente sin poder entender como aquellas personas podían estar disfrutando de la experiencia sin ningún tipo de complejo. No dejaba de pensar que debía salvarles a todos y sobre todo a su princesa inocente, y con ese pensamiento camino hacia el torreón más alto del castillo donde se encontraba el causante de aquella orgia eterna. La puerta estaba abierta, donde hay amor no existe la conciencia del peligro y aquel era un templo al amor mundano aunque Odette no se hubiera dado cuenta, Derek entró en silencio y observo como el mago besaba seductor los labios de otro hombre, tuvo que contener las náuseas.
Sacó la espada y el mago le miró sin preocuparse, el otro chico salió de la sala sin preocuparse ya que ni siquiera conocía el uso del objeto que Derek portaba.

-          Guarda eso chico – Ordenó suavemente el mago.

Derek negó despacio, hacia lo imposible por mirarle a los ojos ya que el otro hombre seguía desnudo, pero le traicionaron los instintos y empezó a notar como los pantalones se le quedaban pequeños. El mago sonrió al notarlo, pero a Derek la situación solo conseguía enfurecerle más aún, creyéndose preso de un hechizo se lanzó contra él espada en mano. Todo el castillo vibro al chocarse el metal contra la piel del mago, Odette notó el agua del lago vibrar y alzó sus ojos hacía la torre, sus alas se abrieron y el cielo la acogió entre sus brazos, la luna la guio hacía la ventana y golpeó el cristal con el pico hasta que consiguió entrar.
La escena se paró de golpe, Derek con una clara erección miraba su espada, ahora rota, y al cisne que acababa de entrar, el mago acariciaba su costado herido y lamia con dos dedos su propia sangre, y ella solo podía mirarles incrédula y preguntarle al aire por qué el amor y el placer luchaban a muerte. Se acercó a Derek y le miró sin entender, pidiendo una explicación al hombre que solo había visto en sus sueños más tiernos, pero al clavar la mirada en sus ojos solo encontró miedo, miedo al placer de amar, a lo que se había convertido en su mundo. El graznido llenó toda la habitación y sus alas volvieron a abrirse, está vez amenazadoras, cuando él intentó acariciarla solo se llevó un picotazo en sus partes henchidas. Se giró intentando aparentar dignidad y salió del castillo corriendo, montó  en su caballo y huyo hacia el bosque donde escondería su vergüenza para toda la eternidad, sin ser consciente de todo el placer al que había renunciado solo por creer en los cuentos de hadas.
El pequeño cisne volvió junto a su mago e intento tapar con las alas su herida, llenándose de sangre pero sin importarla en absoluta. El mago la convirtió en una joven dama como hacía siempre que ella estaba en el palacio, una joven de cara dulce y mirada despierta, con unos ojos que brillaban más que la propia luna, y se dio cuenta de que por fin, después de tanto tiempo, ella había despertado. Cerró los ojos lentamente mientras se dejaba caer hasta el suelo.

-          Mi tiempo ha pasado – susurró con una sonrisa.

La chica, llena de sangre, le abrazó y acarició sus mejillas. Le rogó que no lo hiciera, que no se fuera, pero él se dejó llevar con la tranquilidad de que su legado estaba en las mejores manos posibles. Antes de que irse, con sus ultimas fuerzas la dio a Odette lo que la pertenecia por derecho, un par de alas que salían de su espalda y que la permitirían volar por encima de todos aquellos que no entendían la belleza dela libertad.
Salió de aquel cuarto vestida de blanco y con las alas extendidas, todos los miembros del castillo la miraron respetuosos. Ahora ella era la reina del placer.




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